"Bastaba observarlo mientras rezaba: se sumergía literalmente en Dios y parecía que en aquellos momentos todo el resto le resultase extraño. La Santa Misa, como repetía con frecuencia, era para él el centro de cada jornada y de toda la existencia. La realidad ‘viva y santa’ de la Eucaristía le daba la energía espiritual para guiar el Pueblo de Dios en el camino de la historia", indicó.
Finalmente, pidió "que la Iglesia siga sus enseñanzas y su ejemplo, continuando fielmente y sin compromisos su misión evangelizadora y difundiendo incansablemente el amor misericordioso de Cristo, fuente de paz verdadera para el mundo entero".
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